Hospitalidad-Trashumancia

Hospitalidad-Trashumancia
De la Hospitalidad-Trashumancia

miércoles, 13 de abril de 2011

¡LIBRE TRASHUMANCIA, YA!

Reyna Carretero


La masacre de más de 110 migrantes encontrados en el rancho San Fernando en Tamaulipas, México, desde el 24 de agosto de 2010 hasta la fecha, es un recuerdo de los miles de migrantes muertos en los últimos años en su intento de cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Resulta de un cinismo inconcebible que el Estado mexicano pretenda evadir su responsabilidad culpando al “crimen organizado”. Este evento lo que ha puesto de manifiesto es la ausencia de una ley migratoria que reconociendo los flujos migratorios forzados de Centroamérica y del sur del país, garantice el derecho a la movilidad en busca de mejores condiciones de vida y vele por la seguridad de los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos.
La pretendida nueva Ley de Migración con algunas enmiendas enfocadas a una supuesta “mayor seguridad” ha servido a la implementación de un estado de excepción para migrantes,reminiscencia infame de la hostilidad como falso principio existencial. Excepción sostenida en la “teodicea del mal”; esto es, del supuesto de conciliar y justificar el sufrimiento y el dolor a partir de una autoridad omnisciente y omnipresente, llámese Dios o Estado, o de un imperativo mayor: la “seguridad”, a través del cual se impone como único horizonte posible el estado de terror y de miedo; el “mal radical” del que hablaba Kant y Hanna Arendt, que demanda esfuerzos y recursos extraordinarios para operar en el mundo.
El mal y la violencia que nos confrontan hoy, a pesar de todos los discursos para constituirlos como destino inevitable, se revelan sólo como elección inmoral; más aún, el mal no tiene lugar como principio de vida y existencia; es así un excedente, una hybris que ha devenido en “lugar común” a partir de su repetición, de su representación escenográfica que siempre nos horroriza, a pesar de la cual, su situación siempre es temporal, derivada de su característica de no-lugar, u-tópica, que impide su integración plena, puesto que hay que repetirlo junto con Emmanuel Lévinas, tantas veces sea necesario: “el mal no es sólo inintegrable, sino que además es la inintegrabilidad de lo inintegrable”.
Debemos tener esto claro para enfrentarlo, para no perder la brújula en la lucha por alcanzar el vislumbre de una legalidad erigida sobre la única y más importante base posible: la hospitalidad y el reconocimiento de nuestra condición primordial como migrantes. Para pronunciarnos por el establecimiento de la hospitalidad y la movilidad humana como ordo amoris; orden en el cual la primacía absoluta y el principio ordenador son atribuidos al libre reconocimiento del Otro, al consenso en torno de lo mejor o de lo más justo, a la virtud, como télos inmanente de la libertad.
Contrario al teatro del horror del Estado mexicano, la perspectiva ética de la hospitalidad y la movilidad humana como matriz de sentido compartido ha cristalizado en la Ley de interculturalidad, atención a migrantes y movilidad humana de la Ciudad de México; ciudad de tránsito para migrantes que provienen de las regiones más empobrecidas de América Central y del sur de México, y de los que residen de manera irregular sin poder integrarse de forma plena.
Esta Ley de hospitalidad se creó pensando en ellos, rostro de los 72 migrantes que hoy lamentamos. En ella se establece el reconocimiento del enriquecimiento cultural que aporta su presencia en el tejido social por lo que se le otorga la calidad de huésped a todo migrante que llegue a la Ciudad de México; sin requerimiento o petición alguna de identificación o documentos migratorios, lo que le permite permanecer de manera legal en este territorio, así como el acceso a los servicios básicos de asistencia social que otorga el gobierno de la Ciudad de México.

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